El
lenguaje no es equivalente a la verdad; es nuestro modo de existir en el mundo. Jugar
con las palabras es examinar la forma en que funciona la mente, el reflejo de una
partícula del mundo tal como la percibe la mente. Del mismo modo, el mundo no es
simplemente la suma de cosas que existen en él, la red infinitamente compleja en que
estas cosas se conectan entre sí. Como en los significados de las palabras, los objetos
cobran significado sólo en su relación con otros objetos. “Dos caras son parecidas
-escribe Pascal-, y. aunque ninguna de las dos sea graciosa por sí misma, su similitud
nos hace reír.” Las caras riman a los ojos, así como las palabras riman al oído. Para
llevar estas conclusiones un poco más lejos, es posible creer que los hechos de la
vida también rimen. Un joven alquila una habitación en París y luego descubre que su
padre había estado escondido en aquella habitación durante la guerra. Si estos dos
hechos tuvieran que considerarse por separado, habría poco que decir con respecto a
cualquiera de ellos; pero la rima que crean al ser relacionados modifica la realidad de
ambos. Al igual que cuando se aproximan dos objetos físicos desprenden fuerzas
electromagnéticas que no sólo afectan la estructura molecular de cada uno de ellos, sino
también el espacio que los separa, alterando de ese modo el mismo ambiente, dos (o
más) hechos que rimen establecen una conexión en el mundo y añaden una sinapsis más
a recorrer en el extenso “plenum” de la experiencia.
Estas conexiones son muy comunes en los trabajos literarios pero uno tiende a no verlas en el mundo, pues el mundo es demasiado
grande y la vida de uno demasiado pequeña. Es sólo en esos raros momentos en que uno
cree vislumbrar una rima en la vida, cuando la mente puede saltar fuera de sí misma y
servir como puente para cosas que están más allá del tiempo y del espacio, más allá de
la vista y de la memoria. Pero en todo esto hay algo más que rima. La gramática de la
existencia incluye todas las figuras del lenguaje mismo: comparación, metáfora,
metonimia, sinécdoque; de modo que cada cosa que encontramos en el mundo es, en
realidad, muchas cosas que a su vez dan lugar a otras muchas más, dependiendo de qué
tengan cerca, en qué estén contenidas o de dónde surjan. A menudo falta el segundo
término de comparación, porque ha sido olvidado, está enterrado en el inconsciente o
por alguna razón resulta imposible de localizar. “El pasado se oculta -escribe Proust en
un párrafo importante de su novela-, fuera de [los] dominios y [del] alcance [de nuestra
inteligencia], en un objeto material (en la sensación que ese objeto material nos daría)
que no sospechamos. Y del azar depende que nos encontremos con ese objeto antes de
que nos llegue la muerte, o que no lo encontremos nunca.” Todo el mundo ha
experimentado de una forma u otra las extrañas sensaciones del olvido, la misteriosa
fuerza de un término perdido.
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